Shakespeare. En ningún momento de la novela Hamnet, de Maggie O’Farrell, se menciona el nombre del insigne poeta y dramaturgo inglés, pero la obra gira a su alrededor. La autora da voz a sus hijos, a su esposa, a sus padres… La luz de los focos está dirigida a sus familiares, a su esposa Anne (o Agnes) sobre todo, pero la figura del autor queda iluminada indirectamente y se nos hace perceptible su dimensión humana como hijo, hermano, marido y padre.
Es curioso: de él se han conservado pocos datos biográficos pero muy precisos. Tenemos su partida de bautismo y un monumento funerario erigido en la misma iglesia donde se bautizó. Se tienen también datos de su trabajo en Londres como actor y dramaturgo, y, no mucho después de su muerte, la mayoría de sus obras dramáticas fueron reunidas por sus amigos en una publicación de la que se han conservado más de doscientos ejemplares originales. Sin embargo, no sabemos cómo pudo llegar a adquirir la elevada instrucción de la que hace gala en sus obras. Tampoco sabemos por qué se casó con una mujer mucho mayor que él ni por qué se marchó a Londres, dejando a su esposa y a una hija pequeña en su localidad natal, adonde volvió ya retirado, cinco años antes de su fallecimiento. Finalmente, es un enigma por qué la única herencia que dejó a Anne en su testamento fue su “segunda mejor cama”.
Maggie O’Farrell ilumina muchas de estas sombras de su biografía con una ficción poderosa y atractiva, a ratos dramática y descarnada, consiguiendo que el lector se acerque a la figura de Anne y a la de los hijos de Shakespeare, cuya genialidad y grandeza se intuye por mediación de ellos.
Un éxito editorial que se disfruta de principio a fin, tanto por su apasionante tema como por la escritura firme y decidida de su autora.