Empieza a caer la tarde en Ámsterdam. Caminamos junto al río Ámstel en busca del Magere Brug, el Puente Delgado: un estrecho puentecillo que se ilumina por la noche y deja una de esas estampas que tanto nos gustan a los turistas.

A menos de cien metros de nuestro destino algo interrumpe nuestra ruta: en la barandilla de una de las muchas pasarelas que se elevan sobre el cinturón de canales encontramos un humilde cartel. Es no mucho mayor que un folio, con una ilustración casi infantil y un párrafo de apenas cincuenta palabras en neerlandés y en inglés. “De Schaduwkade”, algo así como el Paseo de las Sombras.

Durante la Segunda Guerra Mundial, reza el cartel, unos doscientos vecinos de ese canal fueron masacrados a causa de su origen judío. 

Nos dirigimos hacia la orilla izquierda. Ámsterdam es una ciudad tremendamente bulliciosa, sobre todo al filo de la noche, y más aún en verano, pero recorremos el paseo sin que ninguna otra persona deambule por allí en todo el rato. Ni siquiera una de las innumerables bicicletas que recorren vertiginosamente el centro de la ciudad.

En el suelo, al borde del canal, unas pequeñas placas nos muestran los nombres de cada una de esas doscientas personas desaparecidas, con la fecha y el campo de concentración donde fueron cruelmente asesinadas. Una placa algo mayor indica el número de la calle donde habitaban. Se trata de familias completas: abuelos, padres, niños. Incluso bebés. Entonces, uno alza la vista y, más allá de las turbias aguas del canal, se encuentra con la otra orilla, en la que se levantan las viviendas de donde un violento día esas personas fueron arrebatadas.  

Al final del triste Paseo, en un jardín también sin visitantes donde solo oímos el sonido de nuestras propias pisadas, un monumento reproduce la palabra “memoria” escrita en hebreo. Cada ladrillo con que se erige el monumento representa el nombre de uno de los 102.000 judíos víctimas del Holocausto en los Países Bajos. 

Semanas antes, dediqué muchas horas a preparar minuciosamente el viaje. Guías, vídeos, webs, pódcast… No recuerdo haber visto, leído u oído ninguna mención a este lugar entre las visitas calificadas como imprescindibles de Ámsterdam. Lamento que ninguno de ellos lo haya considerado así. A veces, aunque las hayamos dejado atrás, hay cargas que siguen pesando. No siempre es fácil pasar página.

Terminamos la visita cabizbajos, desandando nuestros pasos esta vez por la orilla derecha, y caminando junto a las puertas que todas esas personas atravesaron abruptamente un día para no regresar jamás.

Se acaba la última claridad de la tarde y llegamos al Puente Delgado cuando ya sus luces están encendidas. Con nuestros corazones todavía ensombrecidos, el Magere Brug iluminado nos parece taciturno y melancólico.

No sé si fue en ese momento o días después, recordando este oscuro paseo, cuando vinieron a mi memoria los versos de Miguel Hernández:

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.